miércoles, 20 de febrero de 2013

Ryan McGinley

Autorretrato, 1998
Ryan McGinleyc es el artista que llegó más joven a las grandes ligas de los museos neoyorkinos. Nacido el 17 de octubre de 1977 (vaya día, compañero Mc!), a los 26 tuvo su primera muestra individual en el Museo Whitney de Nueva York. Para ese entonces ya hacía un par de años que había editado su primer libro, The kids were alright, con una edición limitada y fotos seleccionadas especialmente para ser enviado a los fotógrafos que admiraba.
  
Sus puntos de partida son los mismos que los de su generación más íntima y cercana: skaters, graffitis, suburbios de ciudades y emocionales, los rituales, el ocultismo, la amistad como familia, lo salvaje, el uso del cuerpo incluso más allá de la desnudez, la experimentación teniendo al cuerpo y sus fluidos como grandes protagonistas, el riesgo constante - en carne propia, en la búsqueda creativa, en el relato fotográfico -, la no repetición de fórmulas, el juego, los extremos y la naturaleza aún en el centro de las ciudades presentada a través de la presencia y el simbolismo del instinto. 

Hermanado a Dash Snow, junto a Dan Colen, es imposible no ver la transmutación profunda que da su obra post muerte de Snow, no como un despegar sino como una necesidad de limpiar, sanar, dándole a todos esos mismos puntos de partida - que siguen siendo el espíritu de sus imágenes - una revancha, una nueva mirada. La eterna lucha de la luz y la oscuridad en la que nunca gana definitivamente un parte, es la propia vida la que va dándole más poder a una o a otra. Si hay algo de madurez en esto, él supo como plasmarlo mostrando porqué siempre fue la pata alquímica de esa "santísima trinidad".

Ryan McGinley, Dash Snow & Dan-Colen
















 
















sábado, 16 de febrero de 2013

16 de febrero (existencial)



"No luches con la fuerza, absórbela, fluye con y en ella, úsala. Recibe lo que viene, ve cuando se retira y continúa cuando la mano es liberada.
En Wing Chun los brazos funcionan como muelles: absorben y devuelven la energía que ellos reciben.” Palabras de Yip Man, primero en enseñar abiertamente Wing Chun como arte (marcial) sustentable y de equilibrio entre lo espiritual y disciplinario. En la foto entrenando a su mejor alumno, maestro (míorecontramío) Bruce Lee.

lunes, 4 de febrero de 2013

Casey Weldon

Sumergido en la cultura pop y dejando en evidencia lo deforme que se puede volver toda lectura desde la ternura, en donde lo ingenuo y fatal está solo separado por un instante, Casey Weldon presenta sus criaturas pintadas en colores amenos, con escenarios suaves y un mundo paralelo infinito de interpretaciones que nos interpelan desde sus miradas, márgenes y/o detalles sueltos que contextualizan la escena.


Sus gatos son fuertes, sus mujeres solas también, aún las que emanan aires profundos de nostalgias, sus varones se muestras sensibles en cuerpos gigantes o con actitudes que vibran cierta peligro. Cada uno de sus personajes abren un panorama de vacío hasta volverse monstruosos, hermosos y horribles, pero monstruosos como estado con el que nos permitirmos pensar que todo se disuelve en menos tiempo de lo que podemos imaginar. La trampa de la soledad fuerte, la trampa del juego divertido, la trampa de la pareja como seguridad, las trampas del pop tomado banalmente.
 
Sus obras nos hablan de esas batallas en las que el domar y ser domado se resumen en lo que somos y hacemos, o sea, en uno mismo, o mejor dicho, por uno mismo rehén de los propios fantasmas. Lo melancólico en cada una de las piezas termina por saber a resignación, y esa sensación de liberación o vértigo empieza a ser agobiante, y esa es la parte bella de la imagen, ergo, la que termina por incomodarnos.

La fricción se da entre los espacios, tiempos y formas, las dualidades emocionales están todo el tiempo ahí presente. Los lados B que aguardan ser descubiertos son los que hacen a Weldon un artista atractivo, laberintoso y no aburrido a pesar de tender a un abuso de estilo que queda claro cuando se sale de su línea habitual.

Este californiano nos deja todo servido en una bandeja para que sus obras completen el sentido en base a nuestra subjetividad y personal situación anímica: el límite entre lo terrible y lo fantasioso, lo dulce y amargo, lo correcto o no, lo adecuado, lo normal o anormal, todas esas palabras y estados que nos queman la cabeza porque nunca sabemos que es real y que no, que puede ser o que no, y en ese caso por qué nos lo creamos y para qué, con qué sentido, etc, están ahí hablándonos y queda en nosotros ponerle el adjetivo final que seguramente no será el mismo cada vez que miremos la misma obra.

En definitiva, nos dice algo que todo adulto debería saber, pero en este mundo infantilizado se olvida fácil por eso Weldon nos lo cuenta tirándonos todo el arte pop encima: no somos malos y buenos, es mucho más complejo y, en esa complejidad, está la vitalidad de nuestros días.