Sumergido en la cultura pop y dejando en evidencia lo deforme que se puede volver toda lectura desde la ternura, en donde lo ingenuo y fatal está solo separado por un instante, Casey Weldon presenta sus criaturas pintadas en colores amenos, con escenarios suaves y un mundo paralelo infinito de interpretaciones que nos interpelan desde sus miradas, márgenes y/o detalles sueltos que contextualizan la escena.
Sus gatos son fuertes, sus mujeres solas también, aún las que emanan aires profundos de nostalgias, sus varones se muestras sensibles en cuerpos gigantes o con actitudes que vibran cierta peligro. Cada uno de sus personajes abren un panorama de vacío hasta volverse monstruosos, hermosos y horribles, pero monstruosos como estado con el que nos permitirmos pensar que todo se disuelve en menos tiempo de lo que podemos imaginar. La trampa de la soledad fuerte, la trampa del juego divertido, la trampa de la pareja como seguridad, las trampas del pop tomado banalmente.
Sus obras nos hablan de esas batallas en las que el domar y ser domado se resumen en lo que somos y hacemos, o sea, en uno mismo, o mejor dicho, por uno mismo rehén de los propios fantasmas. Lo melancólico en cada una de las piezas termina por saber a resignación, y esa sensación de liberación o vértigo empieza a ser agobiante, y esa es la parte bella de la imagen, ergo, la que termina por incomodarnos.
La fricción se da entre los espacios, tiempos y formas, las dualidades emocionales están todo el tiempo ahí presente. Los lados B que aguardan ser descubiertos son los que hacen a Weldon un artista atractivo, laberintoso y no aburrido a pesar de tender a un abuso de estilo que queda claro cuando se sale de su línea habitual.
Este californiano nos deja todo servido en una bandeja para que sus obras completen el sentido en base a nuestra subjetividad y personal situación anímica: el límite entre lo terrible y lo fantasioso, lo dulce y amargo, lo correcto o no, lo adecuado, lo normal o anormal, todas esas palabras y estados que nos queman la cabeza porque nunca sabemos que es real y que no, que puede ser o que no, y en ese caso por qué nos lo creamos y para qué, con qué sentido, etc, están ahí hablándonos y queda en nosotros ponerle el adjetivo final que seguramente no será el mismo cada vez que miremos la misma obra.
En definitiva, nos dice algo que todo adulto debería saber, pero en este mundo infantilizado se olvida fácil por eso Weldon nos lo cuenta tirándonos todo el arte pop encima: no somos malos y buenos, es mucho más complejo y, en esa complejidad, está la vitalidad de nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario