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miércoles, 18 de enero de 2017

Otro helicóptero, otras historias

Hunter Thompson

Nixon fue pionero en eso de irse en helicóptero y en Revista PACO lo recuerdo a través de Hunter Thompson, Annie Leibovitz y Jean-Pierre Laffont. Como yapa en esta nota hay libros hermosos de fotos para descargar/conocer y documentales bellos para ver. Ah! y un reconocimiento a ese sentimiento animal y vital que es *la admiración* > Se lee por acá https://revistapaco.com/2017/01/18/otro-helicoptero-otras-historias/


©Annie Leibovitz  / incluida en la Rolling Stone de noviembre de 1974 y en Annie Leibovitz at Work

lunes, 28 de noviembre de 2016

Realismo y deseo (a través de las obras de Brosio y Hopper)

Nota publicada en Revista Paco / Pintura de John Brosio

El californiano John Brosio pinta un mundo extasiado, mezclando en dosis exactas la paranoia actual y la nostalgia mitológica que se nos presenta como ese fin de los tiempos que nunca llegamos a ver, porque nunca termina de suceder, más allá de nuestros propios colapsos, y es justamente en eso en lo que se concentra.

Para Brosio no somos nada y a la vez somos testigos privilegiados de una inmensidad despiadada que aumenta su poder aliada a nuestra propia abstracción. Una abstracción que se presenta legitimada y cotidiana, prácticamente como un derecho, en tiempos donde los derechos se exigen y se viven, desprendiéndose de los compromisos y responsabilidades que los contienen, que es lo que a la larga los hace imbatibles. Sin esa estructura y direccionamiento, el derecho exigido y vivido, queda reducido a otro claro reflejo de época, la exhibición.

Así, vemos a varios de sus protagonistas posando entre bombardeos que no son llamas accidentales, son más bien informativas, psíquicas y emocionales. El artista, que obliga a todos sus personajes a convivir con la ferocidad ajena y a exponer la propia, no conforme con ello, también pone “del otro lado” a animales gigantes que, mayoritaria pero no únicamente, violentan la escena con su sola presencia. Para él, y tomando sus propias palabras, “los animales son lo insuperable”, y ese es el claro lugar que les da, irrumpiendo en la rutina humana de todas las maneras posibles.

Lo que acecha en cada una de sus obras es un estallido, un grito que nace desde lo profundo. Como el llanto de un bebe recién nacido que anuncia su llegada, ese alarido anuncia una metamorfosis que somete al espacio y a la persona. La explosión exterior, presentada a través de diferentes fenómenos de la naturaleza, no es ni más ni menos que el reflejo del proceso interior que, tanto afuera como adentro, ya está ahí cambiándonos el mundo (nuestro mundo).

Cruzándose en una ruta, cortando el tránsito, tomando sus casas, en sus platos de comida, etc., los personajes quedan enfrente de lo insuperable cuando menos lo esperan. O sea, quedan enfrente de lo temido cuando menos lo esperan. ¿Hay manera de pensar que lo temido puede ser algo diferente al deseo? En ese encuentro, las respuestas humanas aparecen en forma de huida o de estática. La abstracción ya no alcanza y da paso a la represión. Ahí, aparece la fatalidad de las piezas, cuando vemos que lo oculto, lo ignorado o lo que creíamos controlado, nos viene a buscar porque le llegó la hora de ser. O sea, no hay manera de pensar que eso insuperable, temido, no surja del deseo y de lo que hacemos / no hacemos con él.

En esa “presencia no presente” (no proactiva, no vital) el californiano genera un nuevo nivel de tensión que penetra aun más fuerte el dedo en la llaga de lo que resistimos / insistimos. A través de  rostros desdibujados y un aura fantasmal, una nueva legión humana aparece en escena. Su avanzar es suave pero firme, direccionado, sabiendo que nosotros podemos confiar en nuestro poder de elección pero que ellos tienen todo el tiempo a su favor para torturarnos lentamente y a diario, recordándonos que, aunque creamos, no, no tenemos el control, y “eso” insuperable, que primero quemó y luego se nos presentó como el iceberg fatal, volverá una y otra vez. Porque atrás de la fantasía del orden heredado y del que nos vamos creando, las garras de la abstracción y represión siguen haciendo lo suyo frente a lo que nos fue sucediendo por fuera del plan maestro al que nos aferramos. Ergo, lo que sucede nunca empieza ni termina cuando nosotros lo estamos viendo, porque ahí está, justamente, la otra cara de la fuerza natural.

John Brosio

Ligeramente podemos ver como sus secuencias coquetean con lo fantástico pero si nos apartamos de la potencia visual de sus obras lo que gratamente encontramos es la actualización del realismo americano de la primera mitad del siglo XX, más precisamente de las obras y temas de Edward Hopper.

John Brosio, que nace en 1967, año en el que muere Hopper, lo toma como punto de partida pero no intenta hacer algo igual, y esa diferenciación espontánea va más allá de los estilos, radica directamente en ese privilegio, lastimoso y gozado, como Dios manda, de que el californiano vivió gran parte de su vida en el siglo XX y avanza sobre este; su visión artística se desarrolla bajo “la ley” de un arte contemporáneo que, hijo del mundo moderno, encuentra su vitamina en el espíritu pop / descartable de los tiempos y que él entiende y ensambla a la perfección.


Brosio


Railroad Crossing / Hopper

Hopper, que también tuvo su salto de siglos del XIX al XX,  creció y vivió en un mundo que buscaba soluciones en las guerras, llegando a sus últimos años a convivir con el asomo del progresismo reflejado en los nuevos movimientos culturales. Poco más de 350 pinturas conforman su trabajo total, lo que para la crítica especializada convencional sabe a poco, como si importara la cantidad. En varias de sus biografías se hace referencia a la angustia con la que enfrentaba los procesos creativos, padeciéndolos por “largos y lentos”. En su forma de trabajar era indispensable el estudio previo, y si bien tenía en claro cuando los comenzaba, nunca podía estimar cuando los terminaba. Le costaba, según él, encontrar un tema a contar y la mejor manera de desarrollarlo. Esos trabajos previos en papel y lápiz, delicados y cuidados, han sido expuestos en varias oportunidades, no solamente como muestra de lo meticuloso sino también valorando la belleza en sí de esos bocetos en los que se ven pruebas de posturas, perspectivas, anotaciones de luz, etc. Varias de sus obras principales las vendió entre 3 mil y 5 mil dólares, cotizaciones de artista reconocido pero “del montón” o, mejor dicho, de “artista local”, porque, de hecho, no se sabía de él en términos populares o masivos, aunque también en muchos ámbitos especializados, más allá de Estados Unidos, lo que hoy con internet parece ser un imposible.

¿Es posible pensar cómo pintaría Hopper hoy, dónde buscaría el silencio, qué lectura haría de las relaciones, de las transformaciones urbanas, cuál sería su interpretación de la “solitariedad” actual, cómo comprendería lo íntimo y lo privado, cómo manejaría las herramientas y medios para desarrollar sus piezas? Es posible pensarlo y muchas respuestas, o confirmaciones, se encuentran mirando lo que hace John Brosio. Lo que uno expone a través de silencios, miradas perdidas y esperas, el otro lo visibiliza en tornados y explosiones, en animales y fantasmas.

Igualmente lo que me resulta más interesante pensar es si en este siglo Hopper se hubiera dedicado a pintar o si su arte también, partiendo desde esta actualidad, se hubiese vuelto un legado indispensable, influenciando lo cultural de la manera que lo ha hecho (y hace). Este planteo no pone en duda su capacidad y sensibilidad de artista único,  más bien apunta a la voracidad con la que el arte contemporáneo contiene, proyecta y destruye lo que genera.

Early Sunday Morning / Hopper

Brosio

John Brosio comparte su biografía de una manera muy particular, pero que nos permite, justamente, entender mejor esta cuestión partiendo de las influencias que se dan entre el arte y cine/televisión. Sin poner fechas concretas, arma un recorrido sobre su nacimiento y despertar vocacional a partir de la salida de Star Wars; cuenta que luego de verla, una tarde llegó del colegio y le pidió a su madre un dineral para hacer una película, frente a la negativa obvia se puso a dibujar monstruos y naves. Pero al nombrar como principales fuentes de inspiración a las periferias de California y los tornados, y también ya conociendo su trabajo, lo que vemos es cómo encontró en su rutina de niño, perteneciente a un familia tipo y con los sobresaltos naturales californianos, lo espectacular que el cine le ofrecía “a la vuelta de su casa”. Star Wars, o el cine en sí, aparece como la educación sentimental que domestica su visión para contarnos lo cotidiano.

Lo que tenemos con Hopper es también una inspiración enraizada en lo concreto, desde paisajes y arquitectura hasta todo lo que hace a la vida en la ciudad y alrededores,  pero es el cine el que lo toma como educador sentimental. Claro, partimos de que se estima que profesionalmente arranca a pintar alrededor de 1905, momento en el que el cine comienza a tomar forma y a acrecentar su caudal de propuestas. Podemos decir que su arte y la pantalla grande crecieron en paralelo, pero aun cuando el artista podría haber empezado a tomar cosas del séptimo arte tampoco lo hizo e inversamente no paró de ocurrir.

Las influencias de la obra hopperiana a diferentes directores son invalorables. Alfred Hitchcock, Jim Jarmusch, David Lynch, Wim Wenders, entre otros, le han dado un exquisito lugar a su arte. Pero también aparece el paso en falso, por ejemplo, la película Shirley: Visions of Reality, de Gustav Deutsch (2013), pretenciosa e inevitablemente fallida y narcisista, toma trece de sus pinturas para presentar un cine conceptual que intenta comerse a las obras.

Room in NY / Hopper

Especiales de MTV, Los Simpson, Cold Case son algunos de los programas televisivos que tomaron a Hopper para homenajearlo o como inspiración, pero, quizás, la más perfecta réplica y menos reconocida se da en la serie Mad Men. A lo largo de todas las temporadas podemos ver prácticamente su obra completa. De hecho, de no existir ese legado, los planos de la serie hubieran sido absolutamente diferentes y eso hubiese devaluado a la historia que nos sedujo, entre otras tantas cuestiones, por las composiciones psíquicas de sus personajes y la intimidad justa, medida, que iban generando con uno como espectador, como si sus directores hubieran tomado esos viejos bocetos de estudios que hacía el pintor antes de empezar cada pieza para poder generar el diálogo exacto de sensualidad, misterio y reflejo con el observante.

Summer Evening / Hopper

Dicho esto, no tiene sentido preguntarnos por los personajes de Mad Men hoy porque la respuesta vuelve a ser John Brosio y ese deseo que no muerde pero estremece. Habiendo comprendido que el realismo actual no puede desprenderse de lo fantástico, incluso obligándonos a repensar acerca de lo extraordinario tal cómo lo imaginábamos hasta hace unos años, el artista aporta incomodidad a un arte contemporáneo que pasa su peor momento, rehén de la moda autoayuda y espiritualidad mal entendida, fan del entusiasmo descremado que reza “si sucede conviene”, “amar garpa”, entre otras ligerezas modernas que anestesian los sentidos, y se encaprichan en moralizar (siendo la moralización en este mundo de hoy, ni más ni menos, que otro elemento más para domar el sentir, para querer neutralizar pasiones, evitar los riesgos y los procesos que trae verse envuelto en llamas, y, sobre todo, el reflejo que nos da ver a otros atravesándolas).

Frente a eso ya hay reacciones, tal vez la más contundente y menos esperada es el triunfo de Trump. “Fuck your feelings” rezaban las camisetas en el último tramo de su campaña, convirtiéndose así en una de las reacciones más políticas de los últimos tiempos (frente a un progresismo universal autoritario, que mal romantiza la política a tal punto que alimenta los monstruos de los que busca escapar). Hay un nuevo paradigma cultural, sin dudas, y el arte contemporáneo está obligado a ver; salvo que su destino sea convertirse en una cuna de decoradores, mientras el mundo arde y los pocos registros artísticos que valen la experiencia de ser vistos (vividos) llegan con autores no tan jóvenes y/o que encontraron en la primera mitad del siglo XX a sus maestros.


Más sobre Brosio en este blog
Más sobre Hopper en este blog

jueves, 20 de octubre de 2016

Serendipia (una cita con los dinosaurios)


Serendipia, por Juan Terranova

Desde la superposición, la yuxtaposición y la abundacia de planos y personajes, el arte de Barb Pistoia nos transmite una idea precisa: ahí donde hay ternura, quizás también haya violencia; cuando triunfa la pasión tal vez también se vea un poco de sombra o ironía; en ese encuentro esmerado de colores es muy posible que se asome una tormenta o una fragmento de líbido intransigente. Esto genera vértigo y sensualidad, pero el balance general de las obras de Pistoia, su esmerada composición, nos brinda un marco de acercamiento amable.

Un Triceratops conducido por un jinete visitan en negativo la superficie lunar. Un disco compacto refleja el deseo. De una vagina roja que es una sandía surge un dinosaurio pero toda esa excentricidad de colores es producto de la imaginación de una pareja seria en blanco y negro. Un cráneo se abre para mostrar la belleza solapada de un hongo nuclear en una día de sol y desde el corte desfila un personaje femenino al cual un T-Rex se resiste a entregar su ramo de flores.

El dinosaurio es aquí un medio de transporte onírico, también protagonista lúdico y su presencia señala algo que se desata, que no se controla. Como fotos pop de nuestros inconsciente, las combinación plásticas de Pistoia parecen retratar esos momentos en que nuestra mente se funde con el paisaje, se complejiza con recuerdos de imágenes televisivas, figuras de antiguas revistas, de enciclopedias olvidadas, narraciones que surgen de historias de ciencia ficción que nunca concluyeron. Y por eso estas son obras festivas, alegres incluso en la amenaza o la oscuridad.

¿De dónde llega esa alegría, esa positividad? Sin duda del amor intenso por la variación y de la vocación irrefrenable por crear.

lunes, 14 de enero de 2013

Alhajeritos de sensación


La dejó incapaz de reconvertir una noche en eterna.

Arañada y despilfarrada por hectáreas húmedas que ella misma desconocía en su placer... así amaneció en esa primer mañana de inicio de otoño…

De las 129 noches que compartieron, no dejó una sin penetrarla, sin ensuciarla ni mojarle su rostro con lo absoluto de su saliva, colmada de mal batidas sustancias no gástricas. No había nada que lo detuviera, ni siquiera las piernas cruzadas de ella para que él concluyera su acto, dejándole en la punta de la lengua su deseo desagotado. Atragantada de lo no masticado, pudo más el hambre de su riña que la sangre derramada de poesías mal contadas.

Llenó la bañera, pensó que hacer el doble juego le daría el grito de guerra que en la batalla de ayer no supo darle… inexperto, caprichoso o ciego… prefería pensarlo como un inútil sexual que como un discapacitado de la sexualidad. Sus años no habían llegado solos, y había olvidado lo que era quedarse con ganas partidas en los apuros ajenos.

Resacada de desamores y ardiendo en su propia flor, sabía que el nuevo fin promediaba el exilio de la simpatía. No había despecho sin haber un despenalizado primero.

Sentenció un exorcismo, un nuevo calor y dos canciones de amor… o bien, morirse de un beso luego de haber cantado a gritos el hit del momento.

Corrió agua. El fluido abría la escena. Las escamas de lo que no fue, bordeaban su frente estirando su cabellera bajo la ducha, la mano de obra construía el epitafio para transitar al más allá de la respiración rutinaria.

Árida de conceptos, desbordada de imágenes como cabalgando un álbum de fotografías y radiografías, sacudía sus nalgas al ritmo de nombres, perfumes y objetos. Las rodillas que jamás caen, que jamás perturban, que jamás suspenden, musicalizan en su choque de perfiles, lo incesante del canto onírico, hasta quedar eyectadas de vientos y mareas… Ojos abanico, mirada de la tormenta, nubosidad variable en aumento y, es mitológico, en la bañera lo que mata es la humedad.

Las uñas que dañan, que profundizan los puntos de gemidos en fuga, eruditos y heróicos, que al vecino no le importa, pero igual se queda en una escucha de línea directa al fuego sagrado que yace entre sus piernas hasta la tala de su pecho guerrero, prendido de ceños fruncidos que hacen a la electricidad del cortocircuito…

No se vence, no se llega, se alcanza con la muñeca izquierda a romper el muro de la cueva en la altura, desplaza la espalda en la pared vaporizada y en éxtasis canguro asume su rol de emperatriz de la templanza. Incienso de la desidia y el prejuicio, piensa la hoguera, la cubre de tuertos y de entusiastas frígidos, calla a los agudos y retumba en los graves. Rasguñando tímpanos, exclama el estigma de los senos no llanos, que altaneros, frivolizan la secura de los malos tratos.

Que la danza del vientre, de la botella y del perro… se mueve la gallina, se estrangula al canario y se maúlla como gato. Hay espacios intactos de limpieza, hay oscuros pedales de frenesí que no reprimen ser pellizcados: se siente sirena, pero quisiera ser un pulpo enredándose para todo poder alcanzarlo… domarlo…

El único sentido astuto de tener otro, es poder ser mordido y manoseado al mismo tiempo que uno va mutando en espesores blancos para recibir espesores dorados. El tangueo de la buena vida, exige dejar vacíos para que haya nuevas ofrendas. Paquetes de látex que se desechan y descomprimen en inmundas caricias de comida chatarra, para una piel que proclama el abuso del tacto, la violación imaginada de romper a trozos los poros desintoxicados.

El impresentable amante barato, berreteado de su propio anhelo de escupir sobre las amígdalas de niña bien curtida, su leche podrida, le estrujo en su pupila llagas en vencimiento de crudo lácteo no sentido.

Un polvo apurado que es más alérgico que enérgico, se vuelve boomerang cuando la ropa queda puesta y por la puerta se mete el hielo. Toda pronunciación de “podes terminar en mi cara”, en algún momento resultó ser “feliz día papi”.

Tomó la sopa y la vitamina, como para desamarrar el trauma de ser la mas linda del aula. No habría en la historia de su frutería, más sincero florecer que el de ser su puta más cara, aerosilla de la buena vista insaciable club, hasta la cumbre de su morbosismo perpetuado de dolores sin causa.

Ya exhausta y furtiva, estertores de chacras y mandalas, aullidos en caravana de espermas en piñatas nunca bien infladas, y tiempo sepia sin pinchar… cae la barrera para pasar en tranvías la locomoción.

Tiemblo. Tartamuda. La birome ya no puedo sostener… Sí, yo.

Se destiñe la tinta de agua rebalsada, el piso de madera se encoge en nombre de la Magdalena… nada lo detiene, lo apuro, me apresuro, automatizo movimientos de lambada en los dedos astrales de la supervivencia… es difícilmente sacro ser tan mamífero en celo de tus pecados… es ansiosamente primario el incesto con tu alma… imprescindible ahogo de mi aura, karmático gemir… Comprendo como salida de emergencia, peregrinando y descosiendo el ovulo del atraso anterior, que se estallen pochoclos de luna llena tendidos a mi modo de sujetar los rastros que nunca me podrán coger.

Va por ellos, va por ellas… va por ese secador de pelo, la llamada perdida y la costura oscura del jean que histeriquea con la ranura… va por la vida, va por la encarnación más perdida, va por donde tiene que ir… ya viene, ya llega… ya no puedo escribir…

Chau birome, chau nudo de tensión, chau panes tristes de mi memoria vaginal… Adiós lejanos, adiós cercanos… Cae el cuaderno, cae granizo y cae el párpado…

Buen día mundo miel, buen día… Escrúpulo ejercito de mi más adentro calor, calambre de una nuez puesta sin manzanas que morder… Ya acabé.

                                                                                                                  Por Barb Matata



Publicado originalmente en RegiaMag hace ya unos años.