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Walking gun de Laurie Simmons |
Con la cabeza abajo del chorro de agua fría.
Con tu mirada en mi sien y tus pensamientos en mi nuca.
Con tus manos en mis tetas y tu boca en el hombro izquierdo.
Con tus palabras adecuadas en una oreja y las frases suaves
en la otra.
Con tus rodillas haciendo juego en las mías, tu sexo en mi
cadera pero también en mi paladar.
Con tu misterio en mi estómago, tu humor en mi
entrepierna y tu lengua en mi atmósfera.
Agarré el lanzallamas, liberé al halcón y escupí al cielo.
Hay una aurora boreal que parece todo poder y me arma a cada
acercamiento, me empuja a cada lugar en el que tardé en llegar y cuando llego
se vuelve profunda caída en un azul grave.
Me ahogo.
No siempre te veo.
Todo pareciera irse
de nuevo, otra vez más movimiento.
Ahora sí, estás.
Me asombra el azar o que hayamos perdido la cuenta y forzado
estar en una misma línea de fuego.
Estamos como quién espera algo.
No te voy a esperar, me acomodo y busco respirar hondo.
De nuevo te pierdo en
el azul.
No entro en pánico.
Algo dejé para cada noche tuya, para ese
momento anterior a que apagues la última luz.
Ese detalle te sorprende.
Quiero que me dediques el final.
Esa sutileza que nos convidamos se vuelve mal.
Somos vulnerables al animal del otro, somos vulnerables a
nosotros y no es algo que desconocemos.
Estamos enfermos.
Encantadores y seductores, conciencia suprema de lo que a esta hostilidad podemos dar.
Sos un enfermo, me encantás.
Por eso te encanto.
Estamos como quién desea.
El deseo nos mueve, no nos mata, no nos libera.
Me pregunto entonces si realmente estás.
Especulo el gemido mientras recibo tu aullido.
Desde ya que estás, es claro que estás.
Está sonando tu poderoso estar.
Te gusto y me vas a dar un beso que va a ser nocivo en el
primer despertar después.
La rareza de "el día después".
Todos los días después de algo son raros, si se trata de
nosotros además será un problema.
¿Estás?
Sí.
Hermoso todo con vos.
Tremendo, inquieto y nauseabundo.
¿Hasta dónde es seducción y cuándo
nace el narcisismo si se demora en cortar la carne?
No siempre te veo porque muchas
veces en tu sí no estás.
Me desapegué del verbo esperar pero juego un cadáver exquisito
con todo lo que no te digo.
Hay un clima sensacional.
Abro la canilla y empiezo otra vez.
Con la cabeza abajo del chorro de agua fría, me mojo hasta
disolverlo todo.
Vos, domador. Yo, también.
El miedo nos tendrá que dejar pasar.